El amor de Dios
El amor es un sustantivo abstracto, muy significativo, ya que a diario se menciona por doquier y es catalogado como un afecto, una amistad cariñosa o una simpatía que se siente a favor de otro.
En el mundo se conoce, supuestamente, muchas clases de amores.
Pero si pensamos en el amor de Dios, esto se ve más amplio, tanto de altura, como de profundidad y de anchura.
Inicialmente porque el amor es un atributo perteneciente al ambiente interno de Dios; según lo describe San Juan en su tesis de su primer pliego 1 Juan 4:8. “Dios es Amor”.
El enlace “es”, es una inflexión del verbo ser, «ser«, denota permanencia y existencia; también se enfoca en el pretérito presente, que quiere decir, no ha pasado ni se levanta hacia al futuro, sino que está y se acciona en la actualidad.
Todo esto enfoca que el amor es la naturaleza de Dios; en su propiedad, en su esencia. Exportando de su interno hacia el externo, llenando la eternidad, encumbrándose hacia el tiempo y al espacio, quien a su vez, se regresa a la infinitud por no encontrar más espacio que llenar.
San Pablo en su monografía, hace una observación detallada del amor. Explica, que refleja varias características negativas y positivas en el ser humano. Se notan algunos ejemplos que solo se le aplican a Dios.
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”. 1 Corintios 13:4-8.
Hay que notar el término: el “amor nunca deja de ser”, es porque él tiene más que dar y no encuentra a quien mas invadir, por lo tanto, tiene que dirigirse nuevamente a la eternidad.
La acción de este se ve reflejada directamente al hombre en general, en razón, que todos estábamos en perdición; Dios en vez de sentarnos en el banquillo condenatorio, más bien, nos miró con sus ojos de misericordia que es un reflejo de su amor prescrito por el evangelista San Juan, en su evangelio que lleva su nombre.
San Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
En Romanos 5:8 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
Podemos ver por estos fragmentos que el deseo más grande de Dios es que nos hiciéramos nuevamente a él, para hacernos partícipes de su programa eterno.
Por ello, se hizo a su amor perdurable, precisamente, para pagar el precio ocasionado por la infracción hecha por el hombre, según el puro afecto de su voluntad. Según el juicio prescrito por el teólogo Juan, en su veredicto declaratorio para los hermanos del Asia menor.
1 San Juan 2:1,2. «Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiera pecado, abogado tenemos para con el padre a Jesucristo el justo; quien a su vez, es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo».
Él nos ama, porque así lo decidió como un acto de su voluntad. El libro de Oseas 11:4. Habla de la manifestación de Dios en carne, cuando explora en sus dichos: Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor.
Esto lo explora San Pablo a los Efesios 5:2. «Andad en amor, como también Cristo nos amó, se entregó así mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante».
San Pablo, nos declara que el amor de Dios es trasmitido al creyente a través del Espíritu Santo. Romanos 5:5. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado». Por ello, es importante recibir el Espíritu Santo.
Cuando recibimos el Espíritu Santo, los dones del Espíritu, que a su vez, son las armas destructoras de fortaleza contra el enemigo, y lo mismo el fruto del Espíritu, que también se encuentra el amor, y estos, se constituyen en el racimo de gracia para reguardar al cristiano individual.
En 1 Juan 4:13. Explica: en esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu.
El amor de Dios, demanda amor a Dios y al prójimo.
Cuando se demanda el amor a Dios, es evidente, que toda persona que considera que Dios le ama; por ende, debe amar a Dios, de aquí depende el fusionamiento entre el hombre y su creador.
Cuando se demanda el amor hacia el prójimo, es una muestra suficiente de la estadía de Dios en la persona. Jesús dijo en San Juan 13:35. «En esto conocerán que sois mis discípulos, si tuvieres amor los unos a los otros».
Es razonable que la palabra amor en el griego representa cuatro frases con diferentes alternativas, las cuales, todas se complementan la una hacia las otras para llenar la ornamentación del amor entre los humanos. Las cuales son las siguientes:
Filial: Es el amor que le da respuesta emocional a un amigo íntimo hacia el otro y es acompañado por sentimientos.
Eros: Es el amor motivado por el impulso sexual, el cual, es un elemento necesario en las relaciones matrimoniales; pero ha sido distorsionado por el erotismo proyectado, cuyos elementos son ilícitos desde el punto de vista cristiano, porque escasean de las normas primitivas, las cuales fluyen a través del conducto del amor.
Storge: Este término no se usa en el nuevo testamento, es la palabra para referirse a las relaciones filiales entre los miembros de una familia.
Ágape: Es la expresión más utilizada en el Nuevo Testamento y se refiere al que voluntariamente se siente hacia otras personas por sus circunstancias y no por lo que uno recibirá.
Esta clase de amor Jesús y sus discípulos le dieron un significado positivo, mayor que el que tenía.
El eminente apóstol de los gentiles, utiliza el ágape con mucha frecuencia en sus epístolas para referirse al amor de Dios por la humanidad y a la vez nuestra necesidad de amar a Dios y al prójimo.
Desafía a los Efesios: «Y andad en amor, como Cristo también nos amó y se entregó así mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio en olor fragante a Dios» Efesios 5:2.
En Romanos amonesta: «El amor sea sin Fingimiento, aborreciendo lo malo y adhiriéndoos a lo bueno: amándonos los unos a los otros con amor fraternal» Romanos 12:9-10.
En este versículo comentan los traductores que San Pablo utiliza las dos palabras, ágape y filial.